martes, 28 de julio de 2009

SOLIPSISMO


Anoche soñé que todo lo que vivimos es parte de un sueño ajeno.
Yo en mi sueño sabía que estaba dormido, pero consciente de ello, también me di cuenta que si puedo interactuar en el mundo estando dormido, respirando, sintiendo el viento en mi cara, viendo gente en la calle, ¿por qué no podía ser parte de otro sueño? ¿Qué diferencia hay en la vida estando despierto, a la vida en sueño?

Algunos dirán que en su sueño vuelan, son héroes, espías, o simplemente son felices. Pero ¿puede ser que estos efectos sean una reacción de un meta sueño, proveniente de un sueño superior? Una especie de caos en la mente por cansancio o aburrimiento. Es común escuchar a personas decir que el mundo anda patas para arriba y es evidente que hay cosas que no tiene explicación lógica y nos suceden a diario.

No estoy hablando del sueño de Dios, ¿pero cómo saberlo?

Tal vez hay un solo gran soñador, que en su letargo ha creado un sueño magistral, donde la gente se renueva constantemente para vivir un tiempo definido, donde la muerte es solo causa de renovar el casting. Donde hay patrones que se repiten constantemente; guerras, terremotos, traición. Sueños que se repiten con otros personajes, pero bajo un mismo guión.

Incluso puede ser el sueño de un lunático que bajo fármacos vive en constante letargo, donde el tiempo este en otra escala y el fin de todo sea un sobresalto, o simplemente su deceso.

martes, 14 de julio de 2009

Chilenos en el país de las maravillas

A veces sangro, y me gusta. Me hace sentir terrenal, vivo, que en cualquier momento puedo dejar de existir. No es que quiera dejar de vivir, pero tiendo a sentir que la vida es un sueño extraño y sombrío a la vez.

¿Por qué confieso esto? La verdad que no lo tengo muy claro, tal vez lo digo porque observando la sociedad en que vivimos, me he dado cuenta que somos algo inconcluso, como una réplica barata de lo que es conceptualmente una sociedad bien estructurada. Siento que somos parte del sueño de un ciego que jamás ha visto e interpreta las cosas, sin percibir colores, distancias ni formas.

Estas analogías son reflejo de todo los que nos rodea como chilenos; sistemas de transporte que no funcionan, políticos que aunque tengan un pasado oscuro, son reelectos como por una especie hipnosis colectiva, hospitales, ciclo vías, sistemas previsionales, educación, diplomacia, etc. Todo llevado a cabo bajo un accionar fallido, trucho, o simplemente chino.

La naturaleza de todo este dejar a medias las cosas, puede tener un significado en el modo de cómo dejamos de ser un pueblo nativo con un sistema que funcionaba, a ser repentinamente absorbidos por otro muy complejo. Es como si un niño que estudio toda su educación básica en una escuela rural de muy bajos recursos, de pronto es ubicado en un colegio de alto nivel. Probablemente el niño se esfuerce y logre pasar de curso, pero siempre será un estudiante con una base mediocre.

Cuando me pregunta un extranjero, cómo somos los chilenos, después de 200 años de historia, lo primero que se me está viniendo a la mente es Alicia, la del país de las maravillas. Alicia es una niña que al dormirse bajo un árbol cae a un mundo paralelo donde decide seguir un conejo blanco por su madriguera, viviendo una aventura donde varias veces va creciendo y achicándose de tamaño hasta el punto de perder su identidad, para finalmente no saber quién era ella misma, proceso que sin darse cuenta da a conocer una personalidad oscura en la que ofende a diversos personajes por su altura, aunque sean del mismo porte de ella. Problema que la lleva a enfrentar el juicio de una reina de naipes que la sentencia a muerte, despertando de su letargo justo antes de que le corten la cabeza.

Alicia a mi modo de ver, representa a cada uno de los chilenos en su afán por no aceptar su persona creyéndose superiores a su realidad física y cultural. Realidad que está marcada geográfica y culturalmente por catástrofes, fracasos, promesas incumplidas y rostros mestizos. Personificado, en gente baja, sufrida, clasificada e incapaz de esconderse.

El Conejo Blanco es el símbolo de superioridad a seguir, aunque por alcanzarlo caigamos en un vacío interminable, para aterrizar en una gran pesadilla. El conejo, es lo queremos ser o como pretendemos que nos vean. La pureza de su pelaje connota la raza blanca, la gente rubia de ojos claros y rasgos que según nuestros esquemas de belleza son perfectos, es lo que la gran mayoría de los chilenos quiere reflejar y para ello estamos dispuestos a todo; Teñirse el pelo, comprar zapatos que aumentan 7 centímetros la estatura, maquillajes claros, lentes de contacto de colores claros, siliconas, etc.


Esta carrera por blanquearse nos lleva a transformarnos en seres siúticos, que viven en un limbo tratando de despegar de su clase popular para infiltrarse en una superior, imitando y aprendiendo modales, dialectos y frases cliché de memoria, siempre preocupados de no mostrar la hilacha. Cegados al punto de no ver el ridículo y pensando que el selecto grupo al que apuntan no se dará cuenta de sus defectos.

Pero en algún momento hay que despertar y de eso se encargara como lo refleja la obra Lewis Carroll, la verdadera nobleza, que sin tapujos ni misericordia manda a decapitar al infiltrado, bajo un juicio corto y sin el menor derecho a defensa. Para el chileno es lo mismo, ya que los códigos visuales nunca son bien aprendidos por los arribistas, y como refleja Oscar Contardo en su libro “Siútico” en la sangre la clase alta lleva algo que los hace reconocer a los que no son de su linaje y a menos que ellos no los acepten por voluntad propia, se encargarán de expulsarlos de manera cruel y fría.